Rivero es el máximo responsable del recorte de la inversión en la infancia
Opinión
23 feb. 2015

En tierra de miserables

Vivimos en una tierra de miserables. Lo sé. Reconozco que es una afirmación muy dura, cruel, despiadada; como la realidad que sufrimos en Canarias. Son muchos los argumentos que sustentan este aserto, suficientes para llenar varios tomos del tamaño de una enciclopedia. La miseria y los miserables, nos guste o no, están en nuestras administraciones, nuestros parlamentos, nuestros gobiernos, nuestras calles... Estamos rodeados de miserables. El último dato, el enésimo en lo que llevamos de crisis económica, lo puso sobre la mesa Unicef el pasado jueves. Cuando digo sobre la mesa no me refiero precisamente al mueble alrededor del que se reúne el Consejo de Gobierno de Canarias, donde se han dado instrucciones precisas para que todo lo que tenga que ver con la pobreza social de las Islas no atraviese ni el primer control de seguridad del edificio. Pero vayamos a la noticia, de la que por cierto dábamos buena cuenta en Mirametv.com este viernes: la ONG ha elaborado un informe sobre la inversión de las comunidades autónomas en políticas destinadas a la infancia y, claro, como era de esperar, ahí aparece el Archipiélago, una vez más, como un punto rojo en el mapa.

Para que se hagan una idea, Unicef divide a las regiones en cuatro grupos, en base a los datos recogidos entre los años 2007 y 2013: las comunidades que más invertían en la infancia antes de la crisis y que menos han recortado, las que más invertían y más han reducido el gasto, las que menos invertían pero han mantenido su nivel presupuestario en estos años y las que menos dedicaban a los más pequeños y con más virulencia han pasado la tijera justo cuando se ha disparado la demanda social. ¿A que adivinan dónde se ubica Canarias? Pues sí, en el último grupo, el del furgón de cola, el que representa a los que en 2007 pasaban de la infancia y, con la crisis, decidieron aumentar su desidia hacia los sectores sociales más débiles. Ahí estamos, junto a Murcia y Madrid, en lo más profundo, el lugar reservado a los miserables.

No cabe duda de que un gobierno que maltrata con sus políticas a la infancia es un gobierno que no se preocupa por las personas. Por eso Paulino Rivero es el primer miserable. El presidente del Ejecutivo es el máximo responsable de que en Canarias la inversión en nuestros menores se haya reducido hasta 3.553 euros por cada uno, una mezquindad, sin duda, si se compara con los 7.767 euros del País Vasco, los 6.334 euros de Castilla y León o los 5.937 euros de Asturias, según el trabajo llevado a cabo por Unicef.

Pero no es Paulino el único miserable. Rivero no ha estado solo en estos ocho años. Acompañado primero por el PP y luego por el PSOE, ha llevado a cabo una política alejada de la calle. Ellos también son unos miserables. Vista la historia reciente del PP, poco se podía esperar de ese partido en Canarias, menos aún con la llegada de Rajoy a la Moncloa. ¿Pero los socialistas? ¿Y el PSOE? ¿Cómo puede justificar un partido que abandera la socialdemocracia ser cómplice de la falta de sensibilidad con la que ha gestionado CC las políticas destinadas a las personas? Sólo pueden explicar su silencio con una palabra: poder. Han sido las ansias de poder, de ocupar una silla, de ingresar un sueldo público, las que han llevado a los socialistas a renunciar a su identidad, a tirar a la basura las siglas de un partido que un día prometió a la ciudadanía que lucharía por sus derechos. Ellos también son unos miserables. Y hay más.

Si culpables de la pobreza social de las Islas son los que han gobernado esta tierra, igual de responsables son algunos de los que aspiran a hacerlo a partir de mayo. No nos engañemos, Paulino es el presidente de un Gobierno, pero no deja de representar unas siglas, las de Coalición Canaria (CC). Al igual que José Miguel Pérez, simboliza lo que es el PSOE. Todas las decisiones que adoptan, por acción o por omisión, representan la forma de hacer política de sus partidos, que no sólo les pusieron un día como candidatos, sino que han permitido y apoyado todas y cada una de sus acciones. Aquí no vale salir un día a la prensa para decir lo mal que lo ha hecho Rivero o lo callado que ha estado Pérez; aquí lo que importa es la realidad, unos hechos que han conducido a Canarias a un pozo del que va a costar sudor y lágrimas recuperarse. Al final, detrás de sus guerras internas, de sus luchas de poder, lo único que hay es un quítate tú para ponerme yo. Por eso, Fernando Clavijo, Patricia Hernández y todos los que han mirado para otro lado son también unos miserables.

Alguien me podrá decir que se han hecho cosas bien, incluso orientadas a paliar la brutal pobreza infantil que padece Canarias. Me pueden incluso poner ejemplos concretos, como la apertura de los comedores escolares en verano, un éxito copiado por otras comunidades. Esa foto fija es incuestionable y merece un aplauso pero en este artículo lo que pretendo es hacer una panorámica de la realidad de este Archipiélago. Cuando se amplía el objetivo, cuando la cámara abre su campo de captura a lo que ha ocurrido en estos últimos ocho años, las instantáneas de un momento concreto acaban empequeñecidas hasta el ridículo.

Para muestra, otro informe, el que hace una semana presentaba el colectivo EAPN, un grupo independiente de ONG involucradas en la erradicación de la pobreza en España y Europa. El estudio corroboró lo que unos meses antes había advertido Cáritas: en las Islas hay 601.705 personas que viven sumidas en el riesgo de pobreza, el 28,4% del total de la población del Archipiélago. Sólo Andalucía, Extremadura y Castilla-La Mancha están peor que nosotros. Esta parte de la sociedad representa a los otros miserables, los que por culpa de los que nos han gestionado tienen que vivir sin los recursos que definen lo que conocemos como dignidad, una palabra que no está en el diccionario político. Y es que el trabajo de la EAPN esconde otra cifra aún más cruel: 180.088 canarios no tienen acceso a los bienes materiales básicos. Cuando hablamos de materiales básicos, las ONG no se refieren al coche oficial, los puros después del almuerzo o el equipaje para practicar running a la última moda a primera hora de la mañana. No, esos bienes no entran dentro del baremo del informe, sino otros como tener acceso a una alimentación básica o los enseres necesarios para mantener una higiene mínima. Somos unos miserables porque nos gobiernan unos miserables.

Podría llenar este periódico entero con más datos, cifras frías que reflejan una realidad que ustedes conocen tan bien como yo. Podríamos hablar de la dependencia, de cómo hay más de 2.000 mayores en Tenerife esperando por una plaza en un centro público, de las Urgencias tercermundistas que padecen nuestros enfermos, los más de 600 millones recortados en Sanidad y Educación en los primeros años de la crisis, la PCI que no llega ni al 10% de la población que necesita de esa ayuda básica, el derroche en la Televisión Canaria y la Policía Autonómica. Por desgracia, no es necesario; es nuestra gente quien padece las consecuencias de la política miserable que nos ha gobernado en estos años. Es nuestra sociedad la que día a día ve a sus familiares, amigos, vecinos, hundirse en la miseria que nos rodea. Son los mismos que lloran de impotencia por no tener capacidad para ayudar a los que más lo necesitan. ¿Qué podemos esperar de los que se atreven a maltratar a nuestra infancia? ¿Qué nos pueden aportar unas administraciones llenas de políticos miserables? Sólo una cosa: más miseria. Miserables.