Recuperar el periodismo
En febrero de 2002, el exalcalde de Santa Cruz de Tenerife Miguel Zerolo viajó a París para visitar al arquitecto que había ganado el concurso de ideas de Las Teresitas, Dominique Perrault. No fue solo. El entonces regidor estuvo arropado por una comitiva de concejales, asesores y periodistas. Un desplazamiento con todo incluido gracias al bolsillo del contribuyente. No sabemos qué hubiera pasado si los trabajadores de los medios que fueron a la capital francesa, en vez de seguir la agenda política, se hubieran interesado por investigar aquella operación que meses atrás había supuesto el desembolso más importante de la historia del Ayuntamiento. Lo que conocemos son las consecuencias que se desataron cinco años después: una querella de la Fiscalía Anticorrupción y un sumario que escribe sobre 80.000 folios el libro de un pelotazo sin precedentes.
El periodismo se ha acostumbrado a viajar con el poder, a comer en su misma mesa y a recibir sus ofrendas de forma habitual. "Tendrías que ver todos los regalos que hay en el despacho de mi director", me confesaba recientemente un joven compañero de un periódico local, asombrado ante la cantidad de obsequios acumulados en la mesa de trabajo dónde se decide qué información se publica y cuál debe pasar por la guillotina de la censura. Si el pastor es amigo del lobo, es difícil que pueda ganarse la confianza del ganado. El resultado es inevitable: los periodistas hemos perdido la credibilidad.
En un sistema en el que unos pocos toman las decisiones que afectan a la mayoría, alguien debe vigilar que los hilos del poder no se manejen desde el abuso y la injusticia. Es la misión del periodista. Esta profesión tiene una naturaleza que va más allá de contar las historias que pasan. Tiene que tener una intencionalidad, un objetivo que dirija sus esfuerzos a proteger a los más débiles, a los que no tienen voz, a todos aquellos que se sienten marionetas en manos de los intereses de una minoría. El periodismo no es el cuarto poder, es el contrapoder.
La deriva económica de una parte importante del periodismo actual, que vive encerrado en empresas que dependen del poder para sobrevivir, fomenta la precariedad y el miedo entre los profesionales. El periodista trabaja con las manos atadas, por mucho que su mente vuele libre. El resultado son páginas y páginas que se escriben desde gabinetes externos de comunicación. Políticos y grandes empresarios tienen el control y lo ejercen a diario. Cuando se publica algo que no les gusta, no dudan en llamar al director de turno, el mismo al que se le acumulan los regalos en Navidad, para ejercer su derecho a marcar la línea editorial.
El periodista calla y traga. Mañana es probable que tenga que comer con algún político. Si se niega, sabe que otro compañero irá en su lugar a degustar el menú que marca la agenda oficial. Otro desliz más y es probable que se rompa la cuerda que sostiene su contrato en precario. La resignación es el peor de los males que azota a una profesión necesaria.
Los periodistas hemos olvidado, o procuramos acordarnos lo menos posible, que nuestro objetivo se basa en rendir cuentas a la sociedad que se alimenta de nuestro trabajo. No mandan las empresas, ni los anunciantes, ni los políticos… Cuando la información no está en manos de la gente, se convierte en un herramienta para fomentar la corrupción y la desigualdades. Por eso el periodismo tiene que buscar un camino nuevo, alejado de la dependencia del poder y libre de censuras.
Las nuevas tecnologías abren vías de financiación que permiten una relación directa entre el periodista y la sociedad. La fórmula es arriesgada y está en pañales, pero cada vez son más los proyectos que crecen gracias a una ecuación tan sencilla como necesaria: periodismo más independencia es igual a éxito seguro. Para ello es importante que los consumidores de la información aprendan la importancia de pagar por contenidos limpios. No es fácil en la época del quiero todo gratis, pero ahí es dónde el periodista tiene que esforzarse en recuperar la confianza perdida con informaciones cargadas de rigor y llenas de intencionalidad. Tenemos que demostrar que podemos ser útiles porque somos necesarios.
Necesitamos más periodistas pendientes de los abusos de las administraciones, de las desigualdades sociales, de la corrupción política, de los empresarios que explotan a sus trabajadores... Necesitamos más periodismo que controle al poder y menos regalos. Tal vez, en el viaje a París del año 2002 solo era necesaria una pregunta para empezar a cambiarlo todo: Alcalde, ¿por qué se ocultaron los informes que permitían al Ayuntamiento pagar menos por Las Teresitas?